domingo, julio 23, 2006

fAmiLy i: mother

Siento hacia mi madre una devoción-admiración enfermiza en cierto sentido. Realmente me gusta su manera de ser, su debilidad, su forma de estar y de comportarse, su forma de hablar. Nos parecemos horrores. Heredado y aprendido. Correlación fenotípica cero coma nueve.

En Valladolid no nos aguantábamos. Teníamos nuestros momentos, como todo el mundo, pero cosa chunga. Parecerse tanto hacer que discutas del mismo modo y acabes a leches. Eso sí, hay algo terrible que se esconde detrás, y es que mi madre siempre me ha dado miedo. Será la mirada dura, será el gesto impasible, jamás ha tenido que levantar la mano porque levantar ligeramente el tono era suficiente.

Las broncas fueron las justas, no más que en las mejores familias. Eso sí, yo lloraba mucho. Vale, no he perdido la costumbre, pero es que de pequeña lloraba un montón. En el baño, silenciosamente, lagrimones. Luego me lavaba la cara y rezumaba odio, pero sin los ojos rojos.

No obstante, las peleas que hubo en mi casa fueron siempre absurdillas. En cierto modo necesarias para aprender que uno tiene que tener el armario ordenado, la cama hecha o el fregadero recogido, no sé si me explico.

Una vez mi madre se enfadó. Por una cuestión totalmente fuera de lugar que ahora no viene al caso contar. Mi madre me echó la bronca del siglo y entonces hizo lo que venía siendo costumbre. Y es que en mi casa se estila el dejar de hablar. Uno se cabrea y hace como que el otro no está presente. Bueno, yo no comulgo mucho con el comportamiento en cuestión. La cosa es que aquella vez mi madre no me habló en todo el día ni en los tres siguientes.

Puede parecer una mariconada eso de tres días, pero es que su boicot llegaba hasta el punto de no hacerme la comida. Bien es cierto que los filetes se encontraban estratégicamente colocados en el frigorífico, a mi disposición, y que yo me los freía y punto, pero en fin...

Esos tres días fueron los más amargos que recuerdo. Hasta tal punto hecha mierda que me puse de límite dos días más para coger la maleta y pirarme a tierras extremeñas. Lo hubiera hecho, por estúpido que pueda parecer. Al final la cosa suavizó y ahora me queda el recuerdo de tres días de llorera (lo sé, más de lo mismo) buscando evasión en la Trilogía de Nueva York de Auster. Tan surrealista que mi vida parecía también mentira.

A decir verdad metí el recuerdo en un pozo. Simplemente no lo pienso, como otro par de cosas que, en un futuro, asomarán de mi subconsciente para dar que hablar vete tú a saber cómo. Borrón y cuenta nueva.

¿Bueno o malo?

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