domingo, abril 20, 2008

el walkman

Era plateado. De Sony. Me lo trajeron los Reyes un año en que dormí en casa de Tía. Mi madre trabajaba, y la noche del 5 no hubo ni cena ni camellos. Por la mañana, después de abrir los regalos de las chicas, nos fuimos con el golf a Pedrajas. Había matanza. Y yo veía los chorizos con los cascos puestos.

Tenía radio, play, stop, fw y rw. Hasta una pestañita para que la cinta diera la vuelta sola. Cuando me descuidaba, las pilas se acababan de tantas Mentiras Piadosas (tantos años con la misma cinta y el vacío total en la frase que hablaba de guiños con forma de labios de mujer)

Creo que el día en que dejé de usar el walkman morí un poquito. Se reconoce la incomodidad de viajar con casetes para 8 horas (Valladolid-Almendralejo) de Sabina variado, pero el discman que lo sustituyó nunca me despertó tanta simpatía como aquel aparato de botones descoloridos. Influirá, probablemente, que mi segundo reproductor de música portátil tenga una historia menos afortunada.

Tras varios años (cerca de 5 o 6) viendo el discman sobre un mueble, perenne, en otoño, verano e invierno cogiendo polvo, mi padre se decidió a ponerlo debajo del árbol. Roza lo patético, sobretodo porque cuando lo vi por primera vez era el no-va-más, y cuando llegó a mis manos existía ya el mp3.

No me quejo demasiado. El discman también me brindó grandes momentos. En primero de carrera le pusimos unos altavoces de la Argentina y fue nuestro único reproductor a viva voz. En segundo ya me traje la minicadena y el discman pasó a mejor vida. En fin, la tecnología, ya se sabe…


Si hoy me apeteciera escuchar Juez y Parte hasta el infinito debajo de las sábanas, mi vida sería algo más cálida si tuviera mi walkman en vez del moderno Ipod.

1 comentario:

Unknown dijo...

Casi puedo escuchar el ruido constante del motor al arraatrar la cinta magnética Hi-Ni. Un saludo.