lunes, marzo 06, 2006

¡pEro quÉ tOntA!

A sabiendas de que algunas cosas me van a causar más disgustos que alegrías, las hago. Siendo perfectamente consciente de que la gente no cambia, de que los favores los hacen siempre los mismos y de que el tenerse en cuenta es algo exclusivo de cuatro, todos los días me levanto con la serena intención de tratar de ser una buena persona. ¡Pero qué tonta! ©

Mi curiosa manía satisfactoria para con los demás hace que todos los días rellene la jarra del agua de dos a cuatro veces. Lo mismo me mueve para pedir en cafetería, transportar dos cafés sin miramientos, pagar. Esto, que podría parecer exclusivo de la zona Johnny se extiende a la cafetería de la Facultad, al Chapandaz y roza los límites en el extranjero, con sonrisa de oreja a oreja y balbuceando inglés.

A mí personalmente me importa un pepino ir a pedirle a la “rubia algo inconsciente de su edad” una ración de panchitos en el Chapan. La verdad es que no me cuesta clamar por Extremoduro, o por “otra tapa que semos muchos”. Dios no me incluyó con vergüenza en ese paquete. Bien es cierto que soy muy cortada para otras cosas, pero bueno, somos mayorcitos ya.

Hay días en que una no se levanta de humor para ir a pedir a la barra, o que se siente especialmente bajita (tiene mérito que pida tanto, no levanto un metro y medio del suelo y eso dificulta la tarea). El día en que llego la última a la mesa y me encuentro la jarra vacía me entran ganas de atizar con ella, a todos en general, a alguno en particular.

Lo que ocurre es que la mayoría de las veces SÉ que si abro la boca, hay pollo. Y me parece absurdo montar un pollo a plena consciencia de ello, así que suelo callar, intentar ironizar y lleno la jarra/pido el café/pago/pido panchitos mientras pienso si la capacidad para pedir en un bar habrá sido alguna vez estudiada por Ochando, más conocida como la Planeta.

Esto es una reflexión que me hago prácticamente todos los días. Yo no hago las cosas para que me devuelvan favores, y mucho menos para que quede buena constancia de que las he hecho. Sin embargo un atisbo de egoísmo intrínseco aparece en determinados momentos, cuando ves que los que reciben no son capaces de hacer algo que saben que te van a hacer ilusión. Tampoco hace falta que se les ocurran solas, las pones en bandeja; en cierto modo, hasta las necesitas. Y nadie. Ni quien pensabas que no iba a fallar.

Estoy vagamente decepcionada, y como digo siempre, el que quiera entender que entienda. No es tan chungo, no está encriptado, pero hacer algo por alguien es sencillo. Ni siquiera da para enfadarse. No voy a enfadarme por tonterías. Pero las cosas quedan ahí. Y no se borran, por mucho que se empeñe uno en que nunca hayan pasado.

Si que tengo que ser tonta…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ey! Se me ocurren más palabras que usar en lugar de tonta... no sé, por ejemplo, generosa, dadivosa (cómo me gusta esta palabra), altruista, etcétera. Pero no creo que tengas mucho de tonta, aunque te lo diga a menudo, pero es de broma ;)
¿Llegará el día en que te plantes y digas "hasta aquí"? Quizá, y tendrías toda la razón del mundo... pero al momento seguro que te arrepentirías, con la conciencia (qué gran cabrona) martilleándote el subconsciente, diciéndote: "tampoco es para tanto", "no lo hacen adrede", "tú no eres así". Pues a lo mejor, maldito Pepito Grillo, pero todos tenemos límites, aunque unos más laxos que otros, eso sí.
Solución no tengo, pero ahí va un consejo: mientras uno se siente valorado, no le importa hacer lo que sea. Pero cuando se convierte en costumbre, casi en obligación, la generosidad pierde su sentido, su esencia, y se transforma en una excusa para esconder la pereza y desidia de los demás... Cuando notes que eso suceda, ígual es mejor quedarse sentado/a haciendo puñetas (en sentido horario o antihorario, como mejor te venga), y nadie podrá quitarte la razón, porque si lo hacen, es que su Grillo está en el ciclo del nitrógeno. Como diría AMF, allá cada uno con su conciencia...