jueves, diciembre 15, 2005

dE cAloRes fRíoS

En mi casa lo de los abrazos no se estila. Mariconadas las justas. Aunque luego nos miramos con ojillos de “la vida es dura, pero nos tenemos los unos a los otros” y parece que se te salta la lagrimita, y amas al prójimo-pariente. En silencio, eso sí.

Yo, rancia como aquellos de los que procedo, requiero los dos besos de rigor y poco más. El resto es forzar. El contacto físico me impone, me tensa y me hace sentir violenta. No me gusta la gente que me toca sin necesidad, que al hablar parece que te tienen que ir limpiando la camisa de polvo, o que temen que te escapes de improviso y les dejes con la palabra en la boca.

Y de oca a oca, un día voy y descubro que ciertos contactos te pueden hacer la vida más fácil. Miércoles, 3:00 AM y tres tipos, de pronto, abren mi puerta y se vuelcan sobre mí para darme un achuchón. Espontáneo. Fugaz. Como vinieron, se van. Duerme, pequeñuela.

Ese tiempo ya pasó. Ya no hay abrazos misteriosos en la noche. Incluso aquellos que un día me devolvieron la vida, ahora no me dirigen la mirada. Pensé en olvidar todo lo relacionado, pero algunas cosas aunque duelan sirven. Sigo dando abrazos. Sigo recibiéndolos.

No hay comentarios: